Una calurosa tarde del día 1 de agosto de 2010 comienzo mi segundo viaje al país asiático. Aquí me encuentro con mi primer problema: cuando voy a pasar por el mostrador de facturación se cuelga el sistema informático. Tardan casi media hora en arreglarlo y estoy apunto de perder mi vuelo, lo cual me habría generado un trastorno ya que no hubiera podido enlazar con el avión de Roma a Pekín. Cuando por fin obtengo la tarjeta de embarque quedan 30 minutos para la salida del vuelo. Pregunto a la persona que me atiende de la compañía aérea si dará tiempo a que llegue el equipaje al avión y me responde que ningún problema. Al llegar a Pekín pude comprobar que desgraciadamente no era así. A la carrera me dirijo al control de seguridad y embarco sin más contratiempos.
La escala la realizo en el aeropuerto de Roma, ya conocido por mí varias veces pues allí hacía los transbordos en los viajes a Etiopia. A primera hora de la noche embarco en el vuelo que me llevará a Pekín. Aunque hay algunos occidentales la mayoría de los pasajeros son chinos. Trato de dormir algo pues me espera un largo viaje de 12 horas.
Cuando me despierto está amaneciendo y compruebo que estamos viajando por encima del desierto de Gobi. La arena adquiere con el amanecer unos contrastes muy bellos. Cuando ya nos estamos aproximando al aeropuerto de Pekín recuerdo, de mi primer viaje a China, que se pasa por encima de la Muralla y, dado que voy sentado al lado de la ventanilla, aprovecho para volver a mirar esta espectacular obra de la antigüedad. Pienso que es la mejor bienvenida a este país.
El nuevo aeropuerto de Pekín nada tiene que ver con el que conocí 11 años antes. Lo inauguraron en el año 2008 con motivo de las Olimpiadas. Fue construido por Norman Foster y está considerado, en cuanto a tamaño, el más grande del mundo. En cuanto a tráfico de pasajeros ocupa el segundo lugar en el mundo. Desde luego es espectacular.
Sin más problemas paso el control de pasaportes y cambio una pequeña cantidad de dinero en un banco del aeropuerto. Después me dirijo a coger el tren que me llevará hasta Pekín, a 30 km de distancia. El precio del trayecto son 25 yuanes (unos 3 €), lo que me recuerda lo barato que resulta China con respecto a nuestro país. El tren finaliza en la estación de Dongzhimen y desde allí cojo el metro para dirigirme al hotel. El billete de metro cuesta 2 yuanes (0,25 €) independientemente de la distancia, como en Madrid.
Una vez que estoy en la calle me queda un corto paseo hasta el hotel. El clima es caluroso y húmedo. Pekín en verano se caracteriza por un calor pegajoso. La ciudad tiene un clima muy extremo con veranos muy fríos, donde la temperatura desciende bajo cero, y veranos muy calurosos. Además, debido a la contaminación, en verano el cielo está cubierto por una intensa calima, lo que hace el clima aún más agobiante.
Tengo reservado un hotel por internet que sea ya muy cerca del Templo de los Lamas. En el trayecto desde el metro al hotel paso por delante de este templo, que ya conocí mi primer viaje a China. Los alrededores están llenos de tienda donde venden velas e incienso para los fieles que acuden al templo.
El hotel se haría dentro de un hutong. Que preferido alojarme aquí mejor que en la parte nueva de la ciudad. Los hutongs son los barrios antiguos con callejones estrechos que hemos visto en las películas. Muchos fueron de derruidos en las Olimpiadas de 2008 para construir barrios con bloques nuevos y cada vez quedan menos en Pekín. Las casas son viviendas unifamiliares en torno a un patio central. Aquí es donde se puede comprobar cómo viven los chinos en su entorno. Hay gente comiendo en terrazas de los restaurantes en la calle, otros juegan a las cartas, algunos barren la calle en camiseta. A quien de verdad quiera conocer el modo de vida auténtico de los chinos alejados de rutas turísticas le recomiendo que se aloje en un hutong.
El hotel es una casa tradicional china, con un patio interior que ayuda a aliviar los calores estivales de la ciudad.
El percance que ocurre a mi llegada Pekín es que el equipaje no ha llegado conmigo, en contra de lo que me dijeron en Madrid. No dio tiempo a embarcarlo en el avión y después de esperar en el aeropuerto un buen rato en la cinta de equipajes me encuentro con la desagradable sorpresa de que el equipaje no está aquí. Cuando hago la reclamación me confirman que está en Roma y que llegará el día siguiente. Por lo tanto me encuentro en Pekín sólo con lo puesto. En el hotel pregunto que dónde puedo encontrar por aquí cerca un supermercado. Esto lo hago con el diccionario pues el inglés que hablan en la recepción es muy limitado. Me señalan un supermercado no muy lejos de allí a sólo tres estaciones de metro. Es un centro bastante grande, con cuatro plantas. Me llama la atención la sección de alimentación. En pocos sitios se visto tal cantidad y variedad de comidas de todo tipo, frescas envasadas. Pienso que me vendrá muy bien para comprar comida que llevar en el tren durante el viaje al Tibet.