Por fin llega el día de conocer a la tribu más famosa de Etiopía: los Mursis. Son conocidos sobretodo por los platos de arcilla que llevan las mujeres en los labios y en las orejas. Es una tribu formada por unas 3000 personas. Son principalmente ganaderos y también cultivan algunos productos, como el sorgo.
Es la tribu belicosa por excelencia; continuamente están en conflicto con sus enemigos principales: los bodi, por el norte; los karo, por el este y los buje, por el sur. Realizan frecuentes incursiones para robar ganado de otras tribus con trágicas consecuencias la llegada de las armas de fuego a la zona.
La característica principal por lo que son conocidos es por el plato que llevan las mujeres en el labio inferior. No está muy claro el por qué de esta costumbre. Una teoría dice que era para evitar que fueran raptadas por los traficantes de esclavos, al no resultar ya bellas. El plato se lo comienzan a introducir a las niñas a los 15 años. Les quitan los dientes incisivos inferiores y hacen un orificio en el labio interior, introduciendo platos cada vez más grandes. Los platos son de arcilla y los hacen las mujeres. Cuanto mayor es el plato más dote tiene que pagar el padre del novio al de la novia. Algunos platos miden hasta 20 cm de diámetro. El plato no lo llevan continuamente puesto. Cuando se lo quitan el labio queda colgando. Se lo quitan para comer pero para beber echan el agua sobre el plato.
También tienen merecida fama de ladrones. Para ellos no existe el verbo robar; sólo es cambiar una cosa de sitio. Un guía me comentó una anécdota que ocurrió en uno de sus viajes: un turista le dijo a un mursi que le sacara una foto con otro de su tribu. Le dejó su cámara y el mursi en vez de hacer la foto salió corriendo con la cámara. El pobre turista no volvió a verla.
La costumbre del plato en el labio también la práctica la tribu surma. Y igual que esta tribu los mursis realizan torneos de lucha llamados donga. Dos miembros se enfrentan a bastonazos con una larga vara. Algunos llevan protecciones en la cabeza o en las extremidades. No se trata de matar al contrincante sino de que se rinda. De hecho cuando muere algún contrincante el que lo ha matado recibe fuertes represalias. Debido a esta lucha los mursis llevan grandes cicatrices en la cabeza. El ganador puede elegir esposa y recibe el reconocimiento de toda la tribu.
Todos, hombres y mujeres llevan el cuerpo completamente rasurado. Por eso las cuchillas de afeitar son un gran regalo para ellos. También, como en otras tribus de la zona, realizan escarificaciones en su cuerpo, símbolo de haber matado un animal o a un enemigo. Su aspecto es muy tosco y para las otras tribus tienen fama de brutos. Para ellos la muerte de un enemigo se considera un mérito y un honor
Un grave problema es el alcoholismo. Los ingresos obtenidos por el turismo son empleados principalmente en la compra de armas o de alcohol. Es una de las funestas consecuencias que ha producido la civilización en ellos. Encima, el que les venden es de muy mala calidad, adulterado, produciendo como consecuencia casos de ceguera. Es una buena idea el visitar los poblados mursis por la mañana, pues por la tarde la muhos hombres están borrachos. Visitar un poblado con gente borracha y teniendo un arma a la espalda no es muy buena idea. En el segundo viaje que realicé a la zona, el año siguiente, me encontré con un grupo de españoles que el día anterior habían visitado un poblado mursi por la tarde y habían pasado momentos de verdadero temor por su integridad física.
El día anterior a la visita de los Mursis nos encontramos en la zona de acampada junto al río Neri. Hace varios días que no se pueden visitar los poblados debido a la lluvia caída que han convertido las pistas en un auténtico barrizal. Aunque esta tarde no ha llovido nos informan que hoy ha sido imposible llegar también. Por la noche vuelve a llover. Vemos cada vez más negro que podamos visitar a esta tribu. Por la mañana lo sometemos a votación entre el grupo. Una alternativa es visitar poblados de otra tribu, como los Ari. Para mí sería una decepción no poder visitar la tribu más emblemática de Etiopía. En la votación gana la opción de intentar la visita. Llegaremos hasta donde podamos y si no se puede continuar daremos media vuelta. Los chóferes no dicen nada. Si hemos decidido que queremos ir a visitarlos ellos lo van a intentar. Desde luego que hemos tenido mucha suerte con nuestros conductores. Son unos experimentados profesionales.
Antes de dirigirnos hacia los poblados tenemos que pasar por la oficina del parque donde nos asignan a un ranger que nos acompañará armado. Es con la primera tribu que esto ocurre. Pero es más bien un apoyo psicológico, pues poco puede hacer en un poblado con más de 100 hombres (y muchas mujeres) que lleva un fusil al hombro. Por el aprecio que tenga a su vida no creo que se le ocurriera realizar el más mínimo disparo en medio del poblado.
La pista que cogemos poco tiene que ver con las anteriores; es un auténtico barrizal. Sólo la pericia de los conductores y la dureza de los vehículos Toyota que llevamos hacen posible que vayamos avanzando poco a poco. Un poco más tarde comienza de nuevo a llover y mis esperanzas de poder llegar se van tornando cada vez más remotas. Pero poco después deja de llover y podemos continuar. Vamos avanzando penosamente a través de la pista. Por el tiempo que llevamos intuyo que los poblados no pueden estar muy lejos. Por fin, después de varias horas y tras girar en una curva, aparecen de repente un lado del camino varios chicos jóvenes con la cara completamente pintada de blanco. Van completamente desnudos y también tienen parte del cuerpo pintado de blanco. Al final hemos conseguido llegar al territorio mursi, pero aún quedan algunos kilómetros hasta el poblado.
Lo primero que hacen los chicos mursis es subirse a la parte trasera de los todoterreno, agarrados a la baca. Nuestro chofer los ve, para el vehículo y se baja de muy malas pulgas, consiguiendo que se bajen. Pero más adelante alguien de los que íbamos en el coche le avisa de que se han vuelto subir. Nueva parada nuevo rapapolvo para los mursis, que se vuelven a bajar. Así varias vences más. Por fin nos ponemos de acuerdo entre nosotros para no decirle nada o a este paso nunca llegaremos al poblado.
Por el camino vamos encontrando algunos mursis. Tienen un aspecto muy tosco. Varios llevan la cara pintada de blanco y todos un fusil sobre su hombro. También encontramos varias mujeres que portan un fusil. Unos kilómetros después pasamos la empalizada de espinos y palos que rodea al poblado. Nada más bajar del vehículo siento que me agarran dos manos de cada brazo. Son dos mujeres murtsi que no dejan de decir "foto"; casi te exigen que les hagas una foto para sacar dinero. Llevan unos platos enormes en los labios. Son más altas que yo; deben de medir más de 1,80 m, como en todas las tribus del Omo. Son principalmente las mujeres las que exigen que le hagamos fotos. Los hombres están alrededor con los fusiles al hombro. Muchos y muchas tienen la cara pintada y la situación se asemeja a un ataque de zombies. Más de uno de los del grupo nuestro está punto de perder los nervios, cosa nada recomendable en medio de un poblado de gente armada. En mi siguiente viaje al año siguiente me encontré con un grupo de españoles que habían visitado un poblado mursi por la tarde. Lo habían pasado francamente mal, llegando incluso temer por su integridad física, pues la mayoría de los guerreros estaban borrachos. Me imagino como lo tuvieron que pasar.
Muchas mujeres llevan a modo de adorno cuernos de vaca colgando a ambos lados de la cabeza. Algunas no llevan el plato en el labio y en el orificio que les queda llevan colgando pulseras. Las niñas que aún no han cumplido los 15 años y no les han empezado a perforar el labio, llevan los lóbulos de las orejas perforados con platos mas pequeños. La mayoría de los hombres llevan escarificaciones por todo su cuerpo.
Al cabo de un rato se relaja el ambiente y podemos hacer fotos tranquilamente. Para algunas mujeres de nuestro grupo se produce una situación muy embarazosa. Las mujeres mursi intentan quitarles el sujetador para quedárselo ellas. De nuevo lo peor que se puede hacer es perder los nervios. En otras tribus, como en la de los Karo, ha ocurrido igual. Siempre hay alguien insensato que se lo da. Una vez que lo tengan lo llevarán todo el día puesto y no se lo quitarán, acumulando todo tipo de suciedad.
Las mujeres mursis, cuando aún no les han empezado a perforar el labio, son muy bellas.
Intercambiamos algunos objetos por los platos de arcilla que se ponen en los labios. Yo entrego varias cuchillas de afeitar a los ancianos de la tribu para que los repartan entre los miembros de la misma. Y lo mejor que se puede hacer, ya que si se lo diera alguien en particular se despertarían las envidias y los celos entre los otros miembros. También los entrego algún espejo, que es un bien muy preciado entre todas las tribus para poder pintarse la cara. Es mucho mejor este tipo de regalos que dar dinero, pues el dinero la mayoría de los casos acabará gastado en alcohol. Igualmente, al contrario de lo que hacen muchos turistas, es totalmente desaconsejable entregar caramelos a los niños. Si comen caramelos acabarán teniendo caries y perdiendo los dientes.
La estancia en el poblado toca su fin y subimos a los vehículos para dirigirnos a Jinka. Los mursi me han dejado un vivo recuerdo y al año siguiente, en mi segundo viaje, volvería a visitarlos.
Y a continuación un par de enlaces para sendos vídeos sobre esta tribu.:
En el primero se puede comprobar, al principio del vídeo, el estado de la pista que en aquellos años había que recorrer para llegar a los poblados. Nosotros la encontramos en iguales condiciones que la que aparece en el video.
El segundo enlace es a un vídeo sobre el conga, la lucha practicada en torneos organizados por los mursis y que por desgracia no tuve oportunidad de ver en ninguno de los viajes.
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