Ahora me queda el regreso a Addis por carretera. Casi 1000 km, unos 300 por pistas en muy mal estado. No sé los días que puedo tardar. Por eso he dejado un colchón de días hasta la fecha de regreso a España. Hay que encontrar un camión que se dirija a hacia Weyto. De enterarse se encarga mi amigo Gele.
Pasan los días y no hay ningún transporte. Por fin una mañana Gele me avisa de que un camión que procede de Omorate se dirige a Weyto. Recojo rápido mis cosas y recorro el kilómetro que me separa de Turmi. Viajaré en la caja del camión al aire libre junto con algunas personas más. Al pasar por la zona de acampada se detiene a recoger una carga. Allí están varios de mis amigos hacer diciéndome adiós (Gele, Gadi, Toro, etc). No sé cuando les volveré a ver. Me llevo un grato recuerdo de mi estancia aquí.
A los pocos kilómetros comienza a llover y nos ponemos hasta los huesos de agua. El suelo de la caja del camión se llena de barro. Un poco más tarde sale el sol y es la misma sensación que tener una lupa gigante encima.
Al llegar al poblado principal de la tribu Arbore se detiene para recoger a más pasajeros. Hay una persona que me reconoce y se acerca a saludarme. Es un maestro que conocí el año pasado y está en la escuela de Arbore. Me saluda y me dice que cuando desee pasar unos días con esa tribu seré bien recibido.
Ahora el camión es un mosaico tribal de lo más variopinto: dassanech, hamers, arbores, tsemaes, etc. El único que desentona soy yo. No hay ningún occidental más.
Llegamos por fin a Weyto, el sitio perdido en medio de la nada. Cuatro chozas con algún comercio y el lugar donde sirven comidas a los camiones y el autobús que tres veces por semana hace el trayecto Arba Minch-Jinka. Al igual que cuando pasé por aquí, de camino para Turmi procedente de Jinka, me toca esperar a que pase algún transporte hacia Konso. Así paso todo el día sin nada más que hacer. Llega la noche y pierdo ya la esperanza de encontrar algo hoy. Allí no hay ningún alojamiento para dormir. Me tocará pasar la noche en uno de los asientos de cemento almohadillados que hay al aire libre en el bar. La gente que tengo por allí cerca se están poniendo morados de alcohol y de porros. La verdad me inspiran muy poca tranquilidad. Hago un circulo a mi alrededor con sillas por si alguien se aproxima de noche despertarme al oír ruido. Me ato la mochila a la pierna para que no me desaparezca y el machete pequeño que llevo lo pongo a mi lado. En realidad es sólo seguridad psicológica, pues si se aproximan unos cuantos poco podré hacer. Me despierto muchas veces, entre el pensar que alguien se aproxima y también el recuerdo de las escoloprendras gigantes que tanto abundan por aquí.
A la mañana siguiente, temprano pasa un camión que lleva personas de las tribus al mercado de Konso. Negocio el precio con el conductor: me pide 10 veces más que a los etíopes. Es un atraco en toda regla. Intento regatear pero no cede ni un milímetro. sabe que soy totalmente es sus manos. O pago lo que me pide o me toca esperar a saber cuanto tiempo hasta que pase otro transporte. No me queda más remedio que agachar las orejas y pagar, mal que me pese.
El camión recoge a más gente por el camino. La mayoría son de la tribu Tsemae. Todos los hombres van con su fusil al hombro. El único faranji (extranjero) soy yo. No hay sitio para sentarse y el camino se hace cansado.
Por fin llegamos a Konso, que ya conozco de otros viajes. Por la calle principal baja un grupo de personas que transportan a otra envuelta en vendas, igual que si fuera un momia, en una camilla. Algún turista me dijo alguna vez que era un método para transportar a personas enfermas, para protegerlas del sol. Creo que para protegerlos del sol durante el transporte con poner encima un toldo bastaría. La persona que va envuelta en vendas no se mueve en absoluto. Para mí más bien se trata de un entierro. La verdad es que impresiona.
Ahora tengo que buscar otro transporte a Arba Minch. Se me acercan dos chicos y me informan de que está a punto de partir un camión de transporte hacia Arba Minch. Desconfío de ellos, pues por mi experiencia de viajes anteriores, los favores no solicitados no salen gratis y al final te piden dinero. Me dicen que les acompañe y efectivamente allí está el camión. Sorprendentemente no me piden dinero a cambio.
El camión va hasta los topes y el sol cae de plomo a mediodía. Paramos a mitad del trayecto en un mercado. Allí hay un turista de raza negra que también viaja solo. Me pregunta que de dónde soy y al decirle que español comienza a hablar en este idioma con acento caribeño. Es un cubano que reside en Estados Unidos y está viajando solo, como yo. Entablamos conversación hasta Arba Minch. A él la gente, si no le oyen hablar, le toman por un etíope.
Por fin llegamos a Arba Minch. Me despido de mi amigo cubano y quiero ir a la oficina de Ethiopian Airlines para tratar de adquirir un billete al día siguiente hasta Addis. Antes paro a tomar algo en un bar. Hay dos chicos que he notado que me seguían desde que llegué y están sentado sin parar de mirar mi mochila. Cuando me voy del café me siguen de nuevo. Al llegar a la oficina ya está cerrada y esos dos están parados esperando. No me dan ninguna buena impresión. Está ya anocheciendo y no me quiero imaginar verme solo con ellos en alguna callejuela. recuerdo que el año anterior, a la puerta del hotel de Amasa la calle estaba llena de pandillas de chicos con pinta de estar hasta arriba de vete a saber qué droga y algunos llevaban un machete en la mano. Me niego a ver a esos dos siguiéndome por más tiempo y decido coger un taxi que me lleve al hotel Swaynes, en las afueras, encima del lago Chamo.
En el Swaynes me he quedado loos dos años anteriores también. Son bungalows con unas vistas espectaculares sobre el lago. La sensación de tranquilidad es absoluta. Va a ser la primera ducha caliente en 10 días.
A la mañana siguiente, temprano pasa un camión que lleva personas de las tribus al mercado de Konso. Negocio el precio con el conductor: me pide 10 veces más que a los etíopes. Es un atraco en toda regla. Intento regatear pero no cede ni un milímetro. sabe que soy totalmente es sus manos. O pago lo que me pide o me toca esperar a saber cuanto tiempo hasta que pase otro transporte. No me queda más remedio que agachar las orejas y pagar, mal que me pese.
El camión recoge a más gente por el camino. La mayoría son de la tribu Tsemae. Todos los hombres van con su fusil al hombro. El único faranji (extranjero) soy yo. No hay sitio para sentarse y el camino se hace cansado.
Por fin llegamos a Konso, que ya conozco de otros viajes. Por la calle principal baja un grupo de personas que transportan a otra envuelta en vendas, igual que si fuera un momia, en una camilla. Algún turista me dijo alguna vez que era un método para transportar a personas enfermas, para protegerlas del sol. Creo que para protegerlos del sol durante el transporte con poner encima un toldo bastaría. La persona que va envuelta en vendas no se mueve en absoluto. Para mí más bien se trata de un entierro. La verdad es que impresiona.
Ahora tengo que buscar otro transporte a Arba Minch. Se me acercan dos chicos y me informan de que está a punto de partir un camión de transporte hacia Arba Minch. Desconfío de ellos, pues por mi experiencia de viajes anteriores, los favores no solicitados no salen gratis y al final te piden dinero. Me dicen que les acompañe y efectivamente allí está el camión. Sorprendentemente no me piden dinero a cambio.
El camión va hasta los topes y el sol cae de plomo a mediodía. Paramos a mitad del trayecto en un mercado. Allí hay un turista de raza negra que también viaja solo. Me pregunta que de dónde soy y al decirle que español comienza a hablar en este idioma con acento caribeño. Es un cubano que reside en Estados Unidos y está viajando solo, como yo. Entablamos conversación hasta Arba Minch. A él la gente, si no le oyen hablar, le toman por un etíope.
Por fin llegamos a Arba Minch. Me despido de mi amigo cubano y quiero ir a la oficina de Ethiopian Airlines para tratar de adquirir un billete al día siguiente hasta Addis. Antes paro a tomar algo en un bar. Hay dos chicos que he notado que me seguían desde que llegué y están sentado sin parar de mirar mi mochila. Cuando me voy del café me siguen de nuevo. Al llegar a la oficina ya está cerrada y esos dos están parados esperando. No me dan ninguna buena impresión. Está ya anocheciendo y no me quiero imaginar verme solo con ellos en alguna callejuela. recuerdo que el año anterior, a la puerta del hotel de Amasa la calle estaba llena de pandillas de chicos con pinta de estar hasta arriba de vete a saber qué droga y algunos llevaban un machete en la mano. Me niego a ver a esos dos siguiéndome por más tiempo y decido coger un taxi que me lleve al hotel Swaynes, en las afueras, encima del lago Chamo.
En el Swaynes me he quedado loos dos años anteriores también. Son bungalows con unas vistas espectaculares sobre el lago. La sensación de tranquilidad es absoluta. Va a ser la primera ducha caliente en 10 días.
Al salir a la parte trasera de la habitación para ver el lago me encuentro con varios babuinos buscando comida. Antes me la había dejado abierta la puerta. No me quiero ni imaginar encontrarme con un bicho de esos en la habitación al llegar.
Cuando salgo a tomar algo al bar me encuentro con Yared, un chófer que conocía del año pasado y que regresa a Addis con varios turistas. Me dice que en uno de los coches queda una plaza y que podría ir con una rebaja de precio. Aunque el viaje se me hace muy pesado no lo dudo. Al día siguiente madrugaremos para realizar el largo viaje hasta Addis.
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