Por fin iba a dar comienzo el momento que más estaba esperando: el comiendo de la ruta a través del valle del río Omo. Ahora iba a poder ver con mis propios ojos todos los reportajes que había visto en el magnífico canal de viajes de Lonely Planet.
El Valle de Omo es una región remota y aislada en el extremo suroeste de Etiopía, lejos de Addis, la capital (Omorate, una aldea dassanech que visité está a casi 1000 km de Addis), a donde se llega por pistas infernales en algunos tramos y en las cuales, durante la época de lluvias, no se puede transitar por muchas de ellas y es imposible llegar a algunas tribus.
En la zona habitan casi 30 grupos étnicos diferentes, cada uno con su propia lengua y costumbres. Las diferentes tribus están en conflicto permanente con las tribus vecinas. Son comunes los robos de ganado y las acciones de represalia que ello conlleva. Como ya he reseñado en las primeras entradas en el año 2005, en el cual realicé mi último viaje a Etiopía, guerreros borana, una de las tribus que había visitado en 2003, cruzaron la frontera con Kenia y atacaron una aldea de la tribu gabra, sus tradicionales enemigos, con el resultado de más de 60 muertos, la mayoría mujeres y niños. Este ataque se repitió en 2010 y produjo más de 40 muertos. En 2011 miembros de la tribu dassanech, la cual visité en 2003 y 2004, cruzaron la frontera con Kenia y atacaron un poblado turkana para robar ganado, con el resultado de casi 50 muertos. A todo esto contribuye en gran manera el fácil acceso a las armas de fuego. Los hombres hace tiempo que abandonaron la lanza y ahora todos llevan un fusil kalashmikov al hombro. Ello es debido a la guerra civil que existía en Sudán y las armas de fuego que se pasaban de contrabando por la frontera.
La vida es muy dura para sus habitantes. La zona tiene una incidencia de paludismo muy elevada. Recuerdo, en mi segundo viaje a la zona, la primera vez que oí un disparo en medio de la noche en Turmi, un poblado hamer. A la mañana siguiente me explicaron que cuando alguien muere se dispara al aire para anunciarlo. Había muerto una mujer joven de paludismo. Al año siguiente, cuando pasé 10 días en el mismo poblado, oí varias veces los disparos al aire.
La gente sigue viviendo como hace cientos de años. Se necesita cambiar nuestra manera de pensar para poder visitar la zona con un mínimo de curiosidad. Lo que para nosotros es normal para ellos muchas veces no lo es, y hay varias prácticas de esas tribus que en nuestra sociedad parecerían aberraciones:
Por ejemplo los mingui. Cuando a un niño o niña pequeños les crecen antes los dientes inferiores a los superiores se considera signo de desgracias y enfermedades de todo tipo y, aunque los padres traten de ocultarlo, los ancianos se lo acaban arrebatando y desaparece para siempre. recuerdo un documental que ví en televisión al regreso de mi primer viaje en el cual una anciana de la tribu hamer que vivía sola, pues su marido había fallecido, recordaba con nostalgia una niña que tuvo y, debido a que la consideraron mingui, se la arrebataron y nunca la volvió a ver. Ahora se sentía muy sola y la echaba mucho de menos. Igual ocurre cuando nace un niño deforme. No he visto a nadie con alguna deformidad física entre los miembros de esas tribus.
Igualmente incomprensible para nosotros es que las mujeres hamer lleven todas la espalda con grandes cicatrices en el lado izquierdo debido a que durante la ceremonia del salto del toro son azotadas por los hombre con una vara a modo de látigo. Y lo más curioso es que son ellas las que piden ser azotadas, pues cuantas más cicatrices tengan para ellas es más motivo de orgullo. Es por lo que me refería al cambio del modo de pensar al visitar la zona. Si no, cualquiera calificaría esa acción como violencia de género y para ellos tiene un significado totalmente distinto.
Y por mucho que reprobemos tales prácticas ellos no van a cambiar sus costumbres. Varias veces funcionarios del gobierno o misioneros han intentado erradicarlas y se han encontrado con que han sido expulsados sin contemplaciones. Y cuando la vida propia corre peligro nadie insiste. Recuerdo un reportaje que ví antes de mi primer viaje de un aventurero sudafricano que hizo un viaje por la zona del Valle de Omo y lago Turkana. Recorriendo una pista cerca del lago vieron una tumba a un lado de la pista. Les informaron que se trataba de un misionero que había intentado erradicar algunas de esas prácticas sin ningún éxito. Siguió insistiendo hasta que un día se cansaron de él y le pegaron un tiro.
En pocos lugares de Africa se pueden observar guerreros que luzcan orgullosos escarificaciones en su abdomen por haber matado a enemigos. En mi tercer viaje conocí a un hamer que tenía cinco escarificaciones por haber matado a otros tantos guerreros dassanech. También ví a un joven de la tribu karo de unos 18 años que en su hombro izquierdo tenía una cicatriz de un balazo recibido en un encuentro con varios guerreros mursi.
Los paisajes que ví fueron maravillosos y aunque los animales salvajes son más difíciles de ver que en otros países, como Kenia o Tanzania, en el segundo viaje, acampando por la noche junto al río Neri, en el Parque Nacional Mago, pudimos oír leones que acudían a beber al río a no más de 200 m de donde estábamos.
Y una de las zonas que había que atravesar, en el Parque Nacional Mago, estaba infectada de mosca tse-tse, la que produce la enfermedad del sueño. Por muy bien que se cerrasen las ventanillas todos recibimos varios picotazos. Los guías y conductores nos tranquilizaron. Ellos pasaban varias veces por la zona a lo largo del año y nunca habían desarrollado la enfermedad. Por fortuna en mis tres viajes a la zona ni pillé ninguna enfermedad seria, ni siquiera una diarrea. El único percance fué, al regresar del segundo viaje, una nigua (pulga que tiende a picar en los pies y enquistarse hasta formar larvas) que requirió la extirpación tras realizar una incisión. Pero ví a otros que se contagiaron con amebas o diarreas de las que te pueden fastidiar el viaje.
Las pistas en algunos lugares no tendrían comparación con lo vivido hasta ahora. Nunca he tragado más polvo como en el trayecto entre Murille y el Parque nacional Mago. Al final todo (cara, ropa, etc) estaba de color amarillo y la boca y nariz se encontraban llenas de polvo.
Además estaban los shiftas, bandidos somalíes que operan en la región fronteriza de Kenia con Etiopía. En el segundo viaje que realicé a la zona intentamos ir desde Omorate al lago Turkana y nos lo desaconsejaron debido a que recientemente todoterreno con turistas extranjeros que estaban visitando el Lago Chew Bahir, en la frontera de Etiopía y Kenia, había sido asaltado por los shiftas. Tuvieron suerte de que sólo les robaran. Hoy día posiblemente les hubieran secuestrado.
Además estaban los shiftas, bandidos somalíes que operan en la región fronteriza de Kenia con Etiopía. En el segundo viaje que realicé a la zona intentamos ir desde Omorate al lago Turkana y nos lo desaconsejaron debido a que recientemente todoterreno con turistas extranjeros que estaban visitando el Lago Chew Bahir, en la frontera de Etiopía y Kenia, había sido asaltado por los shiftas. Tuvieron suerte de que sólo les robaran. Hoy día posiblemente les hubieran secuestrado.
Todo esto supondría un desgaste más mental que físico. Por todo lo anteriormente contado hay un bombardeo continuo de nuevas sensaciones. A lo cual hay que sumar, como bien conoce quien haya realizado viajes a Africa, la lucha por quitarte de encima al típico jeta que se te pega nadamos llegar a un lugar y va a tu lado sin decir nada, como tu sombra, para luego decirte que le tienes que dar dinero por haber hecho de guía.
Así comenzaba la etapa más interesante del viaje. El primer tramo sería llegar desde Konso a Turmi, un poblado Hamer, pasando por un poblado de la tribu Arbore.
Dejo el enlace a un par de interesantes vídeos sobre el Valle de Omo:
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